29 jul 2009

EL HILO CONDUCTOR

1. No hay que aumentar la financiación de lo que no funciona bien cuando entre las causas hay déficit de planteamiento y estructura
No por sabidas menos inquietantes, las altas cifras de abandono y de fracaso escolar acaban de ser aireadas, lo que ha ocasionado un cierto revuelo mediático. La imagen pública de la educación se ha oscurecido aún más con los mediocres resultados españoles en PISA, la principal comparación internacional de rendimiento escolar.
Aunque no esté exento de enfoques morbosos, hay que dar la bienvenida a este debate, pues brinda la posibilidad de abrir nuevas perspectivas y centrarse en asuntos con importantes implicaciones de futuro.
UN PRIMER resultado es que podría empezar a cuajar la idea de que hay que dar más prioridad a la educación. Esto comporta dedicarle presupuestos mayores, que de una vez por todas nos aproximen a lo que invierten desde hace tiempo los países más avanzados. Mayor inversión debe llevar aparejada una exigencia real de renovación a todos los niveles. Hay que gastar más dinero, pero con la condición de no dedicarlo a más de lo mismo, a perpetuar criterios pedagógicos y sistemas de gestión y de organización que han demostrado su envejecimiento conceptual y su insuficiencia técnica.
No hay que aumentar la financiación de lo que no funciona bien cuando entre las causas hay déficit de planteamiento y de estructura. Los recursos adicionales se han de destinar a desarrollar nuevas visiones de cómo debería ser la educación dentro de 10 o 15 años, a potenciar innovaciones en profundidad y a transformar el sistema escolar para que pueda hacer frente a sus retos sociales y a las tremendas exigencias que imponen la economía del conocimiento y la globalización.
UN ÁMBITO que precisa un cambio radical es el sistema de dirección y liderazgo escolar, auténtico freno a la mejora de la educación pública en España. Ello es así no por culpa de las personas que ejercen con esfuerzo los puestos directivos que tienen asignados, sino por la miopía persistente de las administraciones educativas, que han creado un sistema de dirección lleno de restricciones mentales y funcionales, sin capacidad efectiva para intervenir sobre la realidad. El resultado es un sistema que perjudica a todos y aún más a los más débiles, pues no puede garantizar que cada alumno reciba la atención educativa que necesita y ni tan solo asegura que los padres reciban información relevante.
El problema es tan profundo que sería erróneo creer que basta con seleccionar buenos directores, darles unos cursos y concederles mayores competencias. Los centros educativos son instituciones muy complejas que no pueden funcionar por el sistema de ordeno y mando, por lo que, para gestionarlos y obtener buenos resultados, los directores han de contar con coaliciones bien articuladas y sistemas de soporte. Se trata, pues, de instituir sistemas de liderazgo escolar a largo plazo y de hacerlo recogiendo lo mejor de la experiencia del mundo empresarial y una visión abierta e internacional de los retos educativos.


TAMBIÉN hay que replantear seriamente la organización de los centros escolares, y en especial la de los de enseñanza media, que tienen una estructura compartimentada heredada del siglo XIX. Guiarse por currículos rígidos, medirlo todo por horas, usar la edad como criterio básico para agrupar los alumnos, forzar a los profesores a trabajar solos, encajar a la fuerza a determinados alumnos en aulas en las que no pueden desarrollar ningún papel constructivo, etcétera, son causas estructurales del bajo rendimiento e incluso del fracaso escolar. También lo es resistirse a renovar los métodos didácticos y evaluar en base a la capacidad de repetir. La organización actual contiene en su seno el germen del fracaso, y los peor parados son los alumnos que proceden de familias con bajas expectativas sobre los beneficios de la educación.
A dinero, liderazgo y organización cabe sumar otros temas clave, como instalaciones y equipamientos, formación del profesorado, soporte y personal auxiliar. Pero esto no basta. Hace falta un hilo conductor que los articule y guíe su desarrollo, y este no puede ser otro que un interés renovado por cada alumno individualmente considerado.

ADEMÁS de preocuparse por los que tienen graves problemas de aprendizaje o que abandonan, también es urgente prestar mucha mayor atención a los alumnos que aprueban, que pasan de curso y que no engrosan las estadísticas de los problemas. Hay que velar más por sus niveles de preparación y de motivación y conseguir que a lo largo de sus años escolares adquieran un espíritu inquisitivo, abierto y emprendedor, así como los conocimientos y las aptitudes necesarias para un mundo cada vez más complejo y global.
Desde todos los puntos de vista, incluido el de la economía, lo que cuenta son los valores, los efectos intrínsecos del desarrollo personal aparejado a un aprendizaje exigente, participativo, que tenga sentido para los alumnos, que desarrolle tanto competencias como capacidades para llevar adelante la propia vida y ejercer la ciudadanía.

En una palabra, el hilo conductor de la transformación de la educación ha de ser el éxito de cada alumno. Este solo tiene una oportunidad de disfrutar de una buena educación, y la misión de su escuela no es otra que proporcionársela.


FERRAN Ruiz Tarragó
Autor de La nueva educación, premio de Ensayo 2006 de la Fundación Everis.

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